sábado, 16 de agosto de 2014

Divagando

Creo que una de las peores cosas que le pueden pasar a una persona es que llegue a ella la desesperanza, la desilusión e incluso la decepción, te quedas si gana de nada, ya ni aquello nimio que te hacia sonreír puede dibujar un esbozo de sonrisa, ni la idea de volver a ver a aquella  persona tan especial para ti es como antes. Te invade tal tristeza que sólo quieres desaparecer y vuelves a preguntarte ¿por qué?, ¿por qué otra vez?, ¿qué tengo, o qué no tengo, diferente del resto?. Está cada vez más claro que hoy en día la gente vive del momento, mañana ya se verá, nadie quiere compromisos firmes, únicamente pasarlo bien y eso... eso no enseña nada, no aporta nada, quizá por eso he confiado siempre en mi misma, he creído que podría cambiar algunas cosas, he confiado en que los demás sabrían ver, pero aquí todo el mundo ve lo que quiere, yo incluida, (ingenua que es una), después te tropiezas con la cruda realidad y entonces es cuando llega el dolor, ese dolor que te atraviesa el pecho y te deja sin aire, ese que hace que las tripas se revuelvan y te provoquen las arcadas más amargas, el dolor que hace que tus ojos se conviertan en  torrentes de lágrimas imposibles de dominar y que sólo desees dormir hasta que pase mucho, mucho tiempo.

01/06/2014